1/15/2011

CASTA NAVARRA




INFORMACION DEL DIARIO VASCO.


«Si te pilla un toro de Don Nazario no te salva el cura ni el boticario».

Este dicho, bien conocido por los aficionados taurinos, hace referencia a los toros de Don Nazario Carriquiri, toros de casta navarra que llegaron a lidiar en Madrid y, por supuesto, en Pamplona, además de en otras muchas plazas. De ellos decía Luis Fernández Salcedo en su libro Trece ganaderos románticos: «Chicos por su tamaño pero grandes por su bravura, con un temperamento nervioso en exceso, capaz de hacer andar de cabeza a toda la torería. Con una agilidad endemoniada, por saltar limpiamente la barrera -no huyendo sino persiguiendo a los toreros, tirando derrotes a gran altura y con una bravura inagotable».
Con esas virtudes no fue extraño que los toreros y los caballistas no quisieran ver ni en pintura a los colorados navarros, que acabaron desapareciendo. Antonio Briones, en 1988, recuperó el hierro, la divisa y la antigüedad y, aunque hoy en día, la ganadería tiene procedencia Núñez, el gesto romántico de Don Antonio ha servido de ejemplo a muchos.
'La Tejería'
Entre los nuevos románticos que trabajan en recuperar, mantener y mejorar la casta navarra (con cuatro siglos de historia) figura Miguel Reta quien, desde hace diez años, todo afición y constancia, trabaja junto a su padre en su finca La Tejería, en las inmediaciones de Grocin (Tierra Estella). Reta, veterano pastor de los encierros de San Fermín y alma mater de los desencajonamientos de Azpeitia, además de alto ejecutivo del Instituto Técnico y de Gestión Ganadera del Gobierno de Navarra, cría sus vacas bravas y sus toros de casta navarra «con el objetivo de que el encaste no se pierda y, a ser posible, que mejore». El ganado con el que formó la ganadería procede de Adolfo Lahuerta (Tudela); Nicolás Aranda (Villafranca); Vicente Domínguez (Funes); José Arriazu (Ablitas) y Ángel Laparte (Marcilla). Todos ellos ganaderos navarros reconocidos y premiados e ilusionados,como Reta, en llevar algún día a sus enrazados toros a plazas de prestigio.
En La Tejería todo respira sencillez y trabajo. Y no falta el suculento almuerzo de media mañana con el que nos obsequian. Miguel Reta, padre, da vueltas sobre una plancha a churruscantes pancetas y choricicos bien colorados, como los toros de casta navarra. Un rito gastronómico que no perdonan y que se agradece después de haber iniciado las labores de campo bien de mañana. En una de las paredes del txoko luce espléndida la cabeza disecada de Malfraile (2000), hijo de Articulista y Espléndida, primera res nacida en La Tejería en los primeros años de selección de ganado en su apasionada carrera por recuperar la vieja casta navarra.
«Nunca faltan amigos que echan una mano», dice Miguel Reta. «Con ellos cambiamos impresiones y siempre se aprende algo». En el día en que visitamos La Tejería disfrutamos de la compañía de aficionados de postín. Bien puede decirse que, sumando los conocimientos de cada uno de ellos, degustamos un almuerzo taurino enciclopédico. Antxon Elosegui, sabiduría de toros y amistad administradas de forma magistral; el doctor Saturnino Napal, amigo de la casa y autor, entre otros, de los libros Las betizus de Navarra, las últimas vacas salvajes de Europa y Cuatro siglos de casta navarra; José Manuel Rodríguez, quien ha estado durante diez años en la cuadrilla de Pablo Hermoso de Mendoza y que nos decía que ha «tenido el privilegio de trabajar junto a un rejoneador irrepetible»; y Javier Arreseigor, el mejor jefe de logística taurina que he conocido.
'Parque Jurásico'
Mientras las reses que van para toros son controladas en cercados cercanos al edificio central de la finca (120 vacas y seis sementales tiene Miguel Reta entre manos), la auténtica atracción está en los montes cercanos, donde viven las famosas vacas de Reta, premiadas y temidas en todos los pueblos del Viejo Reyno.
Para llegar a sus dominios hay que atravesar un bosque con viejos olivos en sus inicios. Luego, robles y encinas chaparras apretadas sobre un terreno carrasco. Paisaje cerrado en el que viven corzos, jabalíes y becadas. «Mi Parque Jurásico», le llama expresivamente Miguel Reta mientras tiene que hacer gala de sus dotes de conductor para evitar que el todoterreno se atasque en los caminos. A derecha e izquierda, restos de trincheras y casamatas de la Guerra Carlista semiocultos por la maleza son aún testigos mudos de las cruentas batallas que se libraron en la zona. No se ve ni una vaca.
Al rato, Miguel detiene el coche. Baja de su trasera un capazo con pienso y silba y llama a la voz a los animales. Poco a poco, como fantasmas colorados salidos de un cuento, van apareciendo las famosas vacas de Reta que han lanzado al tendido a más de un mozo y son el terror de recortadores. Pero lo hacen suavemente, sin violencia, agrupándose amigablemente sabedoras de la comida que, como la música, amansa a las fieras. En poco tiempo se agrupan y Miguel les reparte el pienso en pequeños montones a lo largo de un estrecho y pedregoso camino. Unas ramonean, esperando su turno; otras, como Lagartija, cornean el capazo pidiendo más alimento.
Allí estaban, a escasos metros, aparentemente inofensivas pero enrazadas y fieras al menor descuido. Hay que andar con cuidado y hacer las cosas con tranquilidad, como todas las faenas camperas en el mundo del toro. Miedo contenido cuando algunas de ellas aparecieron por nuestra espalda rasgando literalmente el bosque enmarañado. Durante casi una hora fue un viaje en el tiempo cien o ciento cincuenta años atrás, cuando el primer ganado bravo de la Península pastaba en esos y otros montes cercanos.
Miguel Reta se muestra orgulloso de la labor realizada y no es para menos. Investigación genética, selección rigurosa y paciencia han conseguido lo que parecía imposible.

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